"No cabe duda. Es hombre". Así me dijo mi buena amiga Nubia, cuando mi pequeño retoño comenzó a arrastrarse atacado de la risa por el comedor de su casa mientras le hacíamos una visita a mi amiga.
En realidad, yo no había reparado en ello hasta que ella me lo hizo notar. A los pocos días me puse a hacer un recuento de las preferencias, actividades y costumbres de Chumel y llegué a una conclusión: mi hijo es vato.
¿A qué me refiero con ello? Muy sencillo, a que tiene un comportamiento totalmente compatible con el que se supone que debe tener un hombre por definición. ¿Aún no queda claro? Ahí les va:
- Es fanático del fútbol. Cualquier escudo, playera u objeto que haga referencia a este deporte es motivo de su interés y sobre todo, su fascinación. No digamos cuando se trata de un partido y más aún, de patear una pelota. Con que el caón no me salga americanista.
- En general, gusta de cualquier deporte. Se emboba cuando ve el tenis, golf, basquet, etc.
- Ama los carros. Le gusta tocar las llantas (no las de su madre), mover el volante, caminar y hacer sonido de carro.
- Se agarra las verijas. Digo, qué viejo no lo hace.
- Se pedorrea y eructa sin el menor pudor.
- Come cómo naúfrago.
- Gusta de empinarse las botellas de cerveza, no importa que estén vacías.
- Trepa, brinca, salta, corre y el sudor no parece molestarle en lo más mínimo.
- Le gustan las chichis. Le fascina agarrarlas (y eso que las mias son pecas. ¿Qué será cuando vea unas de a de veres?).
- Es un pinche coqueto de lo peor. Sobre todo si la fulanita es mayor. El otro día en la fiesta del de la primera comunión del hijo de mi amiga la Güera, me hizo llevarlo hasta el carro de una invitadita para irse a despedir de ella. ¡Ah! que ni piense que yo voy a andar de celestina.
Si estas son pocas razones para decir que mi crio es un vato, entonces ustedes complementen la lista para ver si en realidad cumple con los requisitos o es sólo mi imaginación.