jueves, febrero 07, 2013

Recuerdos literarios

El año pasado tomé la decisión de dedicar un día a la semana por las tardes para llevar a mis crios de visita a la Biblioteca Infantil.  A Chuy le dieron una tarjeta con la que podía tramitar su credencial para préstamo externo, así que lo llevé a que le tomaran la foto y aunque le dije "pero te peinaj, cuñao" salió medio greñudín, pero eso sí muy guapo.

Cada semana trato de llevarlos pues tanto a Jesús cómo a Gael les gusta mucho ir y les resulta emocionante.  Hay muchos juegos didácticos y de destreza.  También hay computadoras con internet y los usuarios pueden utilizar ambas cosas siempre y cuando lean durante al menos 20 minutos.

Ayer llegamos luego de algunas semanas en las que no pudimos ir por motivos de salud, y Jesús me dijo que quería leer un cuento que no estuviera muy largo.  Fuimos a buscar entre los estantes y estuvimos revisando algunos títulos que no le convencían mucho, hasta que dí con un ejemplar que trajo a mi memoria gratos, muy gratos recuerdos ¡No lo podía creer! era el cuento de "Alicia en el País de las Maravillas" de una colección que tuve yo en mi infancia.

Fue un regalo de los Reyes Magos que recibí junto con una muñeca que se llamaba "Nora y su mecedora".  Inmediatamente me puse a revisar cada página de mis diez libros nuevos.  Cada tomo, era un cuento clásico bellamente ilustrado a manera de cómic por lo que la lectura para una niña de siete años resultaba fácil y sobre todo muy atractiva.

Mis padres fomentaron en nosotros el gusto por la lectura, y si bien mis hermanos y yo no somos unos lectores muy ávidos, sí disfrutamos de un buen libro o un texto.  Recuerdo que mi papá siempre tenía sobre su buró uno o dos libros que leía por la noche antes de dormir y no era raro que a mi casa llegaran vendedores de enciclopedias, quienes por lo general cerraban una muy buena venta.

De igual manera, viene a mi mente cuando "Aurrerá" que era el supermercado que quedaba a una cuadra de mi casa, empezó a comercializar una colección de cuentos llamada "El Libro de Oro de los Niños".  Cada semana salía un nuevo ejemplar de los doce tomos que conformaron esa colección misma que estaba en los libreros o estantes de todos o casi todos los niños de mi generación.

No puedo olvidar que me gustaba entrar a la sala de mi casa la cual se encontraba cerrada casi siempre y a la que mi mamá no nos dejaba entrar a jugar, sólo era para recibir visitas o para leer.  Para no dañar la impecable alfombra verde, ella siempre nos exigía entrar sin zapatos.  Yo pasaba largas horas sentada en aquellos elegantes sillones hojeando mis libros, y leyendo una y otra vez las mismas historias que ya sabía de casi de memoria.

En esas páginas conocí la mitología griega, los relatos bíblicos, algo de ciencia, algunas fábulas y por supuesto los cuentos clásicos como "Caperucita Roja", "La Bella Durmiente", "Blanca Nieves y los Siete Enanos" o "Cenicienta" escritos bellamente con una redacción muy accesible para que la tierna mente de un niño lo pudiera comprender, pero eso sí, de manera impecable.

Desgraciadamente, luego de tanto cambio de casa no supe en dónde quedaron esos libros que llenaron las horas de mi infancia de mucha diversión y sobre todo, permitieron desarrollar mi imaginación.  Es una verdadera lástima, porque creo que ahora mis dos retoños podrían disfrutarlos tanto cómo yo.

De cualquier forma, para mí fue muy grato encontrarme con ese ejemplar de portada blanca ilustrado con esos hermosos dibujos llenos de color y aunque las hojas ya estaban un poco amarillentas por el paso del tiempo, fue un verdadero agasajo volver a leerlo, o mejor dicho, ver a mi Chuy absorto en una entretenida lectura así como lo hice yo hace algo más de treinta años.