En esta típica mañana fría de invierno; por cierto, de un invierno muy atípico, me encontraba disfrutando de mi desayuno dietético... dos huevitos con nopales y chilito colorado, un pan tostado y un café. No es broma, es lo que me toca desayunar en mi dieta, así ni siento que estoy en régimen para quitarme estos kilitos (o kilotes) demás.
Bueno, decía que disfrutaba de mi desayuno. Mis dos críos, Gael y Jesús no fueron a la escuela porque están enfermos. Quienes me conocen dirán "¡Qué raro! esos niños enfermos!" pues sí, es raro. De hecho es la primera vez en este invierno que faltan a la escuela por enfermedad, les digo que es un invierno muy atípico.
¡Ash! ya me desvié del tema otra vez. Bueno estaba yo desayunando en el comedor, mis hijos se encontraban en mi recámara viendo alguna de esas películas que ven una y otra vez, y con las que se ríen del mismo chiste siempre ¡pero se ríen a carcajadas! en serio, con muchas ganas como si fuera la primera vez.
Me es difícil describir lo que siento cuando escucho la risa de mis hijos, expresado en palabras podría decir: una enorme felicidad, que se complementa con sentimientos de satisfacción, bienestar y plenitud. Entonces, me puse a hacer un breve recuento de los momentos en los que he tenido esta misma sensación y llegué a la conclusión de que en todos, absolutamente en todos no he tenido que pagar un peso. Bueno, a lo mejor yo no pero mi marido si... jajaja, pero a lo que voy es que eso de que "La felicidad no se compra" es totalmente cierto, si no basta con echar un vistazo al tesoro de instantes maravillosos que llevo en mi memoria y en mi corazón.
Los recuerdos de infancia, las pláticas y los chistes de mi padre. Cómo olvidar las caminatas a su lado por el centro de la Ciudad de México mientras me contaba historias sobre el descubrimiento del Templo Mayor, o del despacho de Benito Juárez en Palacio Nacional, o de la "tecnología de punta" que se utilizó para la construcción de la Torre Latinoamericana o "La jeringa de King Kong" cómo le llamaba yo y del por qué no se podía caer aunque temblara muy fuerte.
Las mañanas del 25 de diciembre o del 6 de enero cuando veía que algo bueno había hecho durante el año, pues Santa Claus o los Reyes Magos me habían traído lo que les pedí.
El olor a nuevo de la camioneta que recibió merecidamente mi madre cómo regalo de su cumpleaños número 41.
El concurso de oratoria y la escolta de la primaria.
La satisfacción de mi familia en las ceremonias de graduación.
Mi entrada a la universidad y los amigos para toda la vida que encontré en mi paso por esa maravillosa etapa de mi vida.
Las tareas maratónicas que implicaban desvelada pero con la muy grata compañia de César, Lilix, Javier y hasta la Bery antes de que la nave nodriza viniera por ella.
El descubrimiento del teatro musical y las dos cosas que me dejó: la pasión por los musicales y un tesoro de amistad que llevo en mi corazón. Claro, no podría dejar de lado las "maripositas"que se siente en el estómago instantes previos a la Tercera Llamada y no se diga, cuando se abre el telón para pisar el escenario.
Mi graduación de la universidad en dónde pude reunir a mis seres más queridos.
El primer trabajo relacionado con mi carrera !Wow! me sentía tan importante.
Las pláticas con aquel compañero de trabajo, flaco y de lentes del que me enamoré y del que sigo enamorada 15 años después.
El primer beso que me dió el Pollo y cuando me pidió que fuera su novia. Nuestra historia juntos; el anillo de compromiso, la boda, la primera vez, Cancún, las pérdidas dolorosas, los logros.
Cuando me enteré de que iba a ser mamá por primera vez, por segunda vez, por tercera vez. Aunque esta última, no llegó a su fin.
El llanto de Jesús, el llanto de Gael. La cara regordeta y los ojos cerrados de Chuy; la belleza y la mirada vivaz de Gael.
Los primeros pasos de mis hijos, las primeras palabras de Jesús que para mí y para mi Pollo fueron oro puro. Las primeras palabras de Gael, que llegaron muy pronto mostrando la vivacidad de su carácter.
Las vacaciones en Puerto Vallarta. La alegría de mis hijos cuando sintieron la suavidad de la arena y la calidez del agua del mar.
La inteligencia de Gael, la madurez de Jesús. Las ocurrencias de ambos y cómo ya lo dije, sus carcajadas.
Los desayunitos con mis guacamayas, las risas y los regaños, el chisme que nos ¡ENCANTA!
El cuento y la oración antes de dormir.
Las risas y bromas de mi Pollo, las pláticas acompañadas de una buena botella de vino o de una taza de café. Su mirada serena, su llanto, sus besos y sus abrazos, su piel tibia.
La última plática con mi madre de aquella mañana del 10 de febrero de 2012, la paz que me brindaba hablar con ella y su sentido del humor que conservó hasta el final. Sus recuerdos, sus ojos verdes, su risa, su amor, su comida, sus chinos, sus manos huesudas, su aroma.
Los jueves con mis hermanos, las llamadas de Aracely y Panchita. La complicidad y la amistad que me une a mis dos más grandes amigas. Las bromas de Héctor. La "cuadradez" de Luis. Los sueños de Sergio. La ecuanimidad de José Manuel. La chispa de Gabriel.
La tormenta y el perdón, el recomenzar y disfrutar de la compañía de la persona más amada. Los mensajitos en el celular y las pláticas después de hacer el amor. El sonido de la puerta cuando llega a casa cada noche o cuando me da la sorpresa de que ya no va a regresar al trabajo por la tarde. Sus abrazos en la madrugada.
Mi vida diaria, mis hijos, mi esposo, mis hermanos, mi sobrinos, mis amigos...
Escribir, que ya casi olvidaba lo bien que se siente.
Haciendo un recuento, fácilmente puedo decir que las mejores cosas de la vida son gratis. Que alguien me diga lo contrario.