Cualquier padre de familia que tenga hijos estudiando el nivel educativo que sea, sabe que por lo general, la segunda y tercera semanas de clases son utilizadas por las autoridades para saturarnos con juntas. Sí, esas reuniones de padres de familia en dónde se elige a la mesa directiva que durante los próximos diez meses, tendrá que soportar mentadas de madre y acusaciones de desvío de recursos de algún que otro padre rijoso o en las juntas que preparan las maestras de cada grupo para dar a conocer su forma de trabajo y algunos pormenores y en las que no falta la doñita que hace la misma pregunta que la docente acaba de responder haciendo que la mencionada reunión se prolongue más tiempo del necesario.
Hoy acudí puntualmente a la segunda de tres juntas que tengo esta semana. Mi segundo vástago ya ha dejado de ser un niño de kínder y ahora es todo un alumno de primaria. La verdad llegué a la escuela con mucho entusiasmo porque la maestra que se hará cargo del grupo en el que está mi crío, es vieja conocida y además es realmente una GRAN profesora. Entre los puntos que se iban a tratar en la reunión era la elección de la Representante y Tesorera del grupo. Para ser sincera, a mí me encanta andar de mitotera siempre en todos esos bretes, pero en esta ocasión estaba dudosa por la cantidad de actividades que tengo que realizar en mi vida cotidiana, y agregar otra responsabilidad más complicaría más mi rutina.
Sin embargo, la maestra solicitó mi apoyo y la verdad yo no pude rechazar su petición ¿cómo negarse con alguien que ha demostrado compromiso, entrega y amor por su trabajo? Supe que a mi Pollo no le iba a agradar mucho, sobre todo porque estos últimos meses han sido demasiado densos y complicados, pero pensé que me voy a echar encima este tipo de responsabilidades mientras el cuerpo aguante.
¿Por qué tanto masoquismo? No es masoquismo, simplemente que creo que estoy en el momento de hacer aquello que desee y pueda, aquello que traiga un beneficio o una satisfacción para los seres que yo amo y por eso puedo decir que...
Mientras el cuerpo aguante, voy a seguir levantándome cada mañana aunque física, emocional y mentalmente no quiera hacerlo, aunque mis ánimos anden por el suelo, aunque no pueda acabar con la fuente de mi pena y mi angustia, aunque trate de poner una buena cara al mal tiempo y este, me golpee de frente en las narices.
Voy a preparar el desayuno cómo cada mañana, con el mismo amor y empeño con el que lo he hecho desde que empecé a trabajar con mi familia. Voy a llamar a mis hijos una, dos, tres ¡diez veces! para que se levanten a bañar hasta que me hagan caso. Voy a despedir a mi amadísimo esposo con un beso y un "¡Qué guapo te ves!" porque después de casi once años de casados, me sigue pareciendo hermoso. Voy a bendecir a mis hijos, darles un beso y decirles que los amo y sentirme orgullosa de ver cuánto han crecido mientras cruzan la puerta con sus pesadas mochilas en la espalda.
Voy a hacer ejercicio, porque sé que es la mejor manera de sentirme bien, porque me ayuda a luchar contra la hipertensión, contra la depresión y contra los kilos de más, aunque a veces, el combate no sea de igual a igual. Voy a disfrutar de cada baño, de las gotas de agua caliente cayendo sobre mi cabeza, del aroma del shampoo, de la espuma del jabón, de repasar mi agenda del día mientras me tallo el cuerpo.
Voy a escoger mi ropa más bonita aunque al ponérmela me de cuenta que muchas veces se ve mejor colgada que en mi humanidad, aunque termine dejando lo que había escogido porque no me gusta la imagen que me devuelve el espejo, aunque elija volver a usar el pantalón y la blusa que ya había utilizado la semana anterior porque cubren todos mis defectos.
Voy a peinarme y a maquillarme simplemente porque me encanta hacerlo, porque disfruto moldear lo único que no me disgusta de mi persona: la cabellera y porque me encantan las posibilidades de mezclar diferentes colores en mi rostro, y aún con un calor que me garantiza que a la media hora, la mitad de mi maquillaje caerá en gotas de espeso sudor, voy a seguir haciéndolo porque es una actividad que me calma y me relaja.
Voy a ir por mi hermano para llevarlo a su terapia, para traerlo a mi casa o simplemente, para estar con él. Para tratar de dibujar una sonrisa en su rostro, para ayudarlo a cargar su pena, para buscar una solución, para tratar de encontrar un alternativa, para ilusionarme con su recuperación, para mirar a través del verde de sus ojos, para tratar de adivinar sus pensamientos, para que sepa que estoy ahí y sobre todo, que lo amo.
Voy a limpiar mi casa, voy a sentarme a contemplar mi obra, voy a cerrar los ojos y percibir el aroma a limpio. Voy a lavar, a doblar ropa, a planchar, a sacar de la lavadora la misma playera de fútbol que utilizó mi hijo la semana pasada, la antepasada y hace más de quince días porque es su favorita.
Voy a ayudar a mis dos cachorros en sus tareas, a responder sus dudas, a recortar una palabra, a investigar un término, a volver a repasar ese tema que en mis épocas de estudiante no entendí por más que lo intenté y que ahora, me vuelve a dar dolores de cabeza. Voy a leer un cuento por las noches, a acariciar la frente de mis hijos y a bendecir sus sueños.
Voy a acostarme al lado del amor de mi vida, a compartir una plática con él, a quitarme el día de encima y aunque el cansancio sea mucho, voy a hacer el amor con él cómo si fuera la última vez porque son pocos los momentos que tenemos el uno para el otro y esos instantes, son sólo nuestros.
Voy a correr, a ajetrearme, a enojarme porque el tiempo no me alcanza, a ir de un lado a otro, a decir que estoy cansada, a disfrutar de mi novela, a compartir un cafecito con mis amigas, a platicar y llorar con mis hermanas, a darme cuenta de la falta que me hacen mis padres, a volver a la escuela aunque sea a aprender a maquillar y peinar. Voy a seguir intentando ser feliz, a seguir amando, a ver a mis hijos crecer. Voy a reír, a acostarme, a soñar aunque sea despierta, a planear, a imaginar, a pensar en mis errores.
Voy a hacer todo lo que pueda mientras el cuerpo aguante, porque llegará el día en que el cuerpo ya no aguante más y entonces, entonces estaré satisfecha con los recuerdos.
P.D. Jajajajaja, inolvidable esta escena de la película "¿Qué te ha dado esa mujer?" Algo así es mi vida en este momento.
miércoles, agosto 27, 2014
jueves, agosto 21, 2014
Memoria olfativa.
Cuando estudiaba la carrera en una facultad que se caracterizaba, en ese entonces, por contar con una plantilla de docentes "multitask", llevé la materia de Psicología con tres maestras diferentes en el mismo semestre.
La primera de ellas era una filósofa que estaba un poco loca y que dejó la chamba aventada cómo chacha por irse a estudiar un posgrado a Francia, lo que en ese entonces me molestó mucho, pero ahora que lo veo en retrospectiva pienso que si hubiera estado en su lugar y hubiera tenido que elegir entre atender a un montón de jóvenes apáticos y disfuncionales (aún así, éramos rete simpáticos) o continuar mi preparación en uno de los países del primer mundo y con algunas de las mejores opciones académicas, hubiera hecho exactamente lo mismo.
La segunda maestra tomó el "relevo" y creo que no duró ni un mes porque no soportó nuestra peculiar dinámica grupal por las características citadas con anterioridad. Curiosamente, ella sí era Psicóloga y aún así, no tuvo nada de aguante ¡Uy! ¡qué delicada!
Por último llegó la definitiva, una maestra que era algo así cómo el "bateador emergente" de nuestra escuela. Lo mismo daba clases de Estética que de Sociología, aunque nunca supe cuál era su profesión. Al respecto un buen amigo bromeaba diciendo que un día iba a llegar al inicio del ciclo escolar expresando: "Pues yo no se nada de Física Cuántica, pero juntos vamos a aprender". Ella fue la única que nos soportó y de alguna u otra forma, nos impartió los conocimientos en materia de psicología.
Uno de los temas que se tocaron en esta asignatura fue el de la memoria, y el texto que utilizamos en el curso hacía mención de que nuestros recuerdos están relacionados con los cinco sentidos que tenemos los seres humanos. Uno de los tipos de memoria que puede llevarnos a volver a sentir de manera vívida alguna experiencia, es la olfativa.
Y ¿a poco no? cuando percibimos cierto aroma recordamos perfectamente; aquella panadería a la que nos mandaban por la cena cuando éramos niños, la loción que utilizaba papá, la comida que preparaba mamá, el incienso de la capilla escolar, los libros de texto nuevos.
Hoy tuve cómo cada año una "regresión" a mi infancia. Mis hijos recibieron los libros que entrega el gobierno para la educación primaria e increiblemente, confieso que desde que mi "huesito" entró a primer grado espero con ansias la entrega de libros de texto y a partir de este año y durante los próximos tres, lo haré por partida doble.
Me fascina hojearlos, mirar sus dibujos, leer algunos párrafos, analizar los contenidos que van a repasar a lo largo del curso, sentir sus páginas, mirar sus portadas y sobre todo olerlos.
Este día tuve nuevamente la oportunidad de tomarme diez minutos en el remolino de obligaciones que es mi vida para echar un vistazo a los nuevos libros de mis hijos. Las portadas son tan diferentes y no se diga su contenido y sus ilustraciones amén de que antes sólo llevábamos cinco ejemplares y ahora ya hasta perdí la cuenta. No son iguales a los que yo utilizaba cuando era niña. Pero su aroma, ese olor a papel y tinta que no tiene ningún otro libro, ese permanece.
Así, mientras abría las primeras páginas del libro de Historia de cuarto grado me remonté a mi infancia, a las escuelas que me recibieron para abrir mi pensamiento. Recordé mi mochila Samsonite roja con negro que parecía más bien una maleta. En esa época cuál ergonomía y a mi tierna edad tenía que cargar sendo mochilón para subir y bajar las escaleras que llevaban a mi salón, aunque a la hora de la salída muchos optábamos por dejarlas caer desde el primer piso hasta la planta baja, en el mejor de los casos, deslizándolas por la escalera; eso hasta que mi mamá me sorprendió llevando a cabo esta práctica y me prohibió TERMINANTEMENTE volverlo a hacer.
También me acordé del oscuro salón de segundo grado y de su titular, una religiosa que distaba mucho de la imagen de monja amorosa y piadosa ¡no hombre! era bastante cabrona. Cada viernes nos encargaba de tarea escribir el Himno Nacional Mexicano que revisaba invariablemente al siguiente día hábil. Mi madre santa y bella tuvo a bien en hacerme escribir TOOOOODO el himno con sus diez estrofas y el coro, si incluído aquello que no se canta cómo lo de:
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra! Los patrios pendones
en las olas de sangre empapad.
Por cierto, al siguiente lunes la maestra le dijo que no era necesario que transcribiera todo el himno, sólo aquellas estrofas que se cantan en las ceremonias cívicas y el coro.
Cómo olvidar también el colegio de monjas; las misas cada viernes primero, los rosarios vivientes, el enorme patio, los salones perfectamente ordenados, las manualidades que hacíamos para el día de las madres y del padre, los festivales tan coloridos que organizaba la escuela, las tortas de frijoles con chilito curtido y queso desmoronado que eran simplemente DELICIOSAS, las maestras Esperanza y Maggi, el olor del diesel de los camiones del transporte que anunciaban que la hora de salida estaba cercana.
Y también recuerdo con cariño, la humilde escuelita que me dio acogida recién llegada del D.F. y en dónde entendí que fuera de mi terruño, ser chilango era peor que ser delicuente, al menos en esa época pero que a cambio me brindó la oportunidad de conocer a dos de las mejores maestras que he tenido en mi trayectoria escolar.
¡Qué increíble! tantas memorias con sólo hojear unas cuantas páginas de un libro, no cabe duda que "Recordar es volver a vivir" o mejor dicho "Olfatear es regresar el tiempo, justo ahí".
P.D. Me tomé el atrevimiento de tomar esta imagen de un blog que está chidísimo, recomendable leerlo para recordar la infancia en la escuela.
La primera de ellas era una filósofa que estaba un poco loca y que dejó la chamba aventada cómo chacha por irse a estudiar un posgrado a Francia, lo que en ese entonces me molestó mucho, pero ahora que lo veo en retrospectiva pienso que si hubiera estado en su lugar y hubiera tenido que elegir entre atender a un montón de jóvenes apáticos y disfuncionales (aún así, éramos rete simpáticos) o continuar mi preparación en uno de los países del primer mundo y con algunas de las mejores opciones académicas, hubiera hecho exactamente lo mismo.
La segunda maestra tomó el "relevo" y creo que no duró ni un mes porque no soportó nuestra peculiar dinámica grupal por las características citadas con anterioridad. Curiosamente, ella sí era Psicóloga y aún así, no tuvo nada de aguante ¡Uy! ¡qué delicada!
Por último llegó la definitiva, una maestra que era algo así cómo el "bateador emergente" de nuestra escuela. Lo mismo daba clases de Estética que de Sociología, aunque nunca supe cuál era su profesión. Al respecto un buen amigo bromeaba diciendo que un día iba a llegar al inicio del ciclo escolar expresando: "Pues yo no se nada de Física Cuántica, pero juntos vamos a aprender". Ella fue la única que nos soportó y de alguna u otra forma, nos impartió los conocimientos en materia de psicología.
Uno de los temas que se tocaron en esta asignatura fue el de la memoria, y el texto que utilizamos en el curso hacía mención de que nuestros recuerdos están relacionados con los cinco sentidos que tenemos los seres humanos. Uno de los tipos de memoria que puede llevarnos a volver a sentir de manera vívida alguna experiencia, es la olfativa.
Y ¿a poco no? cuando percibimos cierto aroma recordamos perfectamente; aquella panadería a la que nos mandaban por la cena cuando éramos niños, la loción que utilizaba papá, la comida que preparaba mamá, el incienso de la capilla escolar, los libros de texto nuevos.
Hoy tuve cómo cada año una "regresión" a mi infancia. Mis hijos recibieron los libros que entrega el gobierno para la educación primaria e increiblemente, confieso que desde que mi "huesito" entró a primer grado espero con ansias la entrega de libros de texto y a partir de este año y durante los próximos tres, lo haré por partida doble.
Me fascina hojearlos, mirar sus dibujos, leer algunos párrafos, analizar los contenidos que van a repasar a lo largo del curso, sentir sus páginas, mirar sus portadas y sobre todo olerlos.
Este día tuve nuevamente la oportunidad de tomarme diez minutos en el remolino de obligaciones que es mi vida para echar un vistazo a los nuevos libros de mis hijos. Las portadas son tan diferentes y no se diga su contenido y sus ilustraciones amén de que antes sólo llevábamos cinco ejemplares y ahora ya hasta perdí la cuenta. No son iguales a los que yo utilizaba cuando era niña. Pero su aroma, ese olor a papel y tinta que no tiene ningún otro libro, ese permanece.
Así, mientras abría las primeras páginas del libro de Historia de cuarto grado me remonté a mi infancia, a las escuelas que me recibieron para abrir mi pensamiento. Recordé mi mochila Samsonite roja con negro que parecía más bien una maleta. En esa época cuál ergonomía y a mi tierna edad tenía que cargar sendo mochilón para subir y bajar las escaleras que llevaban a mi salón, aunque a la hora de la salída muchos optábamos por dejarlas caer desde el primer piso hasta la planta baja, en el mejor de los casos, deslizándolas por la escalera; eso hasta que mi mamá me sorprendió llevando a cabo esta práctica y me prohibió TERMINANTEMENTE volverlo a hacer.
También me acordé del oscuro salón de segundo grado y de su titular, una religiosa que distaba mucho de la imagen de monja amorosa y piadosa ¡no hombre! era bastante cabrona. Cada viernes nos encargaba de tarea escribir el Himno Nacional Mexicano que revisaba invariablemente al siguiente día hábil. Mi madre santa y bella tuvo a bien en hacerme escribir TOOOOODO el himno con sus diez estrofas y el coro, si incluído aquello que no se canta cómo lo de:
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra! Los patrios pendones
en las olas de sangre empapad.
Por cierto, al siguiente lunes la maestra le dijo que no era necesario que transcribiera todo el himno, sólo aquellas estrofas que se cantan en las ceremonias cívicas y el coro.
Cómo olvidar también el colegio de monjas; las misas cada viernes primero, los rosarios vivientes, el enorme patio, los salones perfectamente ordenados, las manualidades que hacíamos para el día de las madres y del padre, los festivales tan coloridos que organizaba la escuela, las tortas de frijoles con chilito curtido y queso desmoronado que eran simplemente DELICIOSAS, las maestras Esperanza y Maggi, el olor del diesel de los camiones del transporte que anunciaban que la hora de salida estaba cercana.
Y también recuerdo con cariño, la humilde escuelita que me dio acogida recién llegada del D.F. y en dónde entendí que fuera de mi terruño, ser chilango era peor que ser delicuente, al menos en esa época pero que a cambio me brindó la oportunidad de conocer a dos de las mejores maestras que he tenido en mi trayectoria escolar.
¡Qué increíble! tantas memorias con sólo hojear unas cuantas páginas de un libro, no cabe duda que "Recordar es volver a vivir" o mejor dicho "Olfatear es regresar el tiempo, justo ahí".
P.D. Me tomé el atrevimiento de tomar esta imagen de un blog que está chidísimo, recomendable leerlo para recordar la infancia en la escuela.
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