Cuando estudiaba la carrera en una facultad que se caracterizaba, en ese entonces, por contar con una plantilla de docentes "multitask", llevé la materia de Psicología con tres maestras diferentes en el mismo semestre.
La primera de ellas era una filósofa que estaba un poco loca y que dejó la chamba aventada cómo chacha por irse a estudiar un posgrado a Francia, lo que en ese entonces me molestó mucho, pero ahora que lo veo en retrospectiva pienso que si hubiera estado en su lugar y hubiera tenido que elegir entre atender a un montón de jóvenes apáticos y disfuncionales (aún así, éramos rete simpáticos) o continuar mi preparación en uno de los países del primer mundo y con algunas de las mejores opciones académicas, hubiera hecho exactamente lo mismo.
La segunda maestra tomó el "relevo" y creo que no duró ni un mes porque no soportó nuestra peculiar dinámica grupal por las características citadas con anterioridad. Curiosamente, ella sí era Psicóloga y aún así, no tuvo nada de aguante ¡Uy! ¡qué delicada!
Por último llegó la definitiva, una maestra que era algo así cómo el "bateador emergente" de nuestra escuela. Lo mismo daba clases de Estética que de Sociología, aunque nunca supe cuál era su profesión. Al respecto un buen amigo bromeaba diciendo que un día iba a llegar al inicio del ciclo escolar expresando: "Pues yo no se nada de Física Cuántica, pero juntos vamos a aprender". Ella fue la única que nos soportó y de alguna u otra forma, nos impartió los conocimientos en materia de psicología.
Uno de los temas que se tocaron en esta asignatura fue el de la memoria, y el texto que utilizamos en el curso hacía mención de que nuestros recuerdos están relacionados con los cinco sentidos que tenemos los seres humanos. Uno de los tipos de memoria que puede llevarnos a volver a sentir de manera vívida alguna experiencia, es la olfativa.
Y ¿a poco no? cuando percibimos cierto aroma recordamos perfectamente; aquella panadería a la que nos mandaban por la cena cuando éramos niños, la loción que utilizaba papá, la comida que preparaba mamá, el incienso de la capilla escolar, los libros de texto nuevos.
Hoy tuve cómo cada año una "regresión" a mi infancia. Mis hijos recibieron los libros que entrega el gobierno para la educación primaria e increiblemente, confieso que desde que mi "huesito" entró a primer grado espero con ansias la entrega de libros de texto y a partir de este año y durante los próximos tres, lo haré por partida doble.
Me fascina hojearlos, mirar sus dibujos, leer algunos párrafos, analizar los contenidos que van a repasar a lo largo del curso, sentir sus páginas, mirar sus portadas y sobre todo olerlos.
Este día tuve nuevamente la oportunidad de tomarme diez minutos en el remolino de obligaciones que es mi vida para echar un vistazo a los nuevos libros de mis hijos. Las portadas son tan diferentes y no se diga su contenido y sus ilustraciones amén de que antes sólo llevábamos cinco ejemplares y ahora ya hasta perdí la cuenta. No son iguales a los que yo utilizaba cuando era niña. Pero su aroma, ese olor a papel y tinta que no tiene ningún otro libro, ese permanece.
Así, mientras abría las primeras páginas del libro de Historia de cuarto grado me remonté a mi infancia, a las escuelas que me recibieron para abrir mi pensamiento. Recordé mi mochila Samsonite roja con negro que parecía más bien una maleta. En esa época cuál ergonomía y a mi tierna edad tenía que cargar sendo mochilón para subir y bajar las escaleras que llevaban a mi salón, aunque a la hora de la salída muchos optábamos por dejarlas caer desde el primer piso hasta la planta baja, en el mejor de los casos, deslizándolas por la escalera; eso hasta que mi mamá me sorprendió llevando a cabo esta práctica y me prohibió TERMINANTEMENTE volverlo a hacer.
También me acordé del oscuro salón de segundo grado y de su titular, una religiosa que distaba mucho de la imagen de monja amorosa y piadosa ¡no hombre! era bastante cabrona. Cada viernes nos encargaba de tarea escribir el Himno Nacional Mexicano que revisaba invariablemente al siguiente día hábil. Mi madre santa y bella tuvo a bien en hacerme escribir TOOOOODO el himno con sus diez estrofas y el coro, si incluído aquello que no se canta cómo lo de:
¡Guerra, guerra sin tregua al que intente
de la patria manchar los blasones!
¡Guerra, guerra! Los patrios pendones
en las olas de sangre empapad.
Por cierto, al siguiente lunes la maestra le dijo que no era necesario que transcribiera todo el himno, sólo aquellas estrofas que se cantan en las ceremonias cívicas y el coro.
Cómo olvidar también el colegio de monjas; las misas cada viernes primero, los rosarios vivientes, el enorme patio, los salones perfectamente ordenados, las manualidades que hacíamos para el día de las madres y del padre, los festivales tan coloridos que organizaba la escuela, las tortas de frijoles con chilito curtido y queso desmoronado que eran simplemente DELICIOSAS, las maestras Esperanza y Maggi, el olor del diesel de los camiones del transporte que anunciaban que la hora de salida estaba cercana.
Y también recuerdo con cariño, la humilde escuelita que me dio acogida recién llegada del D.F. y en dónde entendí que fuera de mi terruño, ser chilango era peor que ser delicuente, al menos en esa época pero que a cambio me brindó la oportunidad de conocer a dos de las mejores maestras que he tenido en mi trayectoria escolar.
¡Qué increíble! tantas memorias con sólo hojear unas cuantas páginas de un libro, no cabe duda que "Recordar es volver a vivir" o mejor dicho "Olfatear es regresar el tiempo, justo ahí".
P.D. Me tomé el atrevimiento de tomar esta imagen de un blog que está chidísimo, recomendable leerlo para recordar la infancia en la escuela.
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