martes, diciembre 10, 2013

Herencia maldita.

Ese era el título de una novela ochentera protagonizada por Angélica María y Miguel Palmer.  En ella, el personaje central adquiere a través de los genes maternos, algunas malas mañas ya que la progenitora,  una ludópata, pierde la fortuna familiar.  Por ello, la hija en desgracia se ve en la penosa necesidad de recurrir a la "tranza" para sobrevivir.  No recuerdo bien a ciencia cierta qué ocurría después, porque francamente no fue uno de mis teledramas favoritos.

Tele-Guía: Lectura obligada de todo televidente ochentero respetable.
   Aunque no lo podamos creer, Angélica María fue una de las tantas actrices que solían llevar roles principales de damas jóvenes en los dramas televisivos de aquella década. Miguel Palmer también era una especie de William Levy sin cuerpazo pero con más capacidad histriónica y mucho mayor dicción, que aparecía en casi todas las novelas de esa época.  Cómo olvidar "Bodas de odio" al lado de Christian Bach y el extinto Frank Moro e igualmente inolvidable la introducción de cada capítulo con litografías antiguas y de fondo musical, la obertura de "La Traviatta".  Esta historia fue refriteada por Carla Estrada en "Amor Real" y ahora la vemos en la pantalla chica con el título de "Abismo de Pasión", así que eso de que es una historia original es mentira, todo es producto de la gloriosa década de los ochenta, y si de recordar cosas inútiles de esos años se trata, yo soy toda una autoridad.

Bueno, después de esta cápsula de cultura pop ochentera y de que me desvié del tema abismalmente (una disculpa, pero puedo hablar largo y tendido sobre el tema con singular pasión), prosigo con el tópico central de este post: mi herencia maldita.

Oficialmente, acabo de entrar a la edad de los "nunca".  A partir del sábado pasado empecé a tomar tratamiento contra la hipertensión ¡Ouch! yo que me resistía a ello pero cómo me dijo mi hermano el galeno: "Bienvenida al club, es pura herencia".

Y sí.  Yo también tengo mi propia "herencia maldita", pero a diferencia de Angélica María mi madre me dejó como legado, además de una serie de compulsiones, las manos huesudas y una sensibilidad excesiva, esto de la hipertensión.  Eso le trajo como resultado a ella, dos o tres infartos el último de los cuáles, acabó con su vida.  Y eso mismo le pasó a su mamá y a dos de sus tres hermanos de sangre, y eso porque la septicemia no dejó que la mayor de ellos alcanzara una edad avanzada.  Los problemas cardiovasculares son parte de nuestra historia familiar y eso no es algo agradable. 

Cuando mi hermano colocó el baumanómetro y el estetoscopio en mi brazo izquierdo y me dijo que andaba con la presión elevada me sentí muy mal.  Me dieron ganas de llorar, y no lo hice por puritito orgullo.  Nunca pensé que antes de llegar a los 40, tuviera que depender de "pastillitas".  Digo, por eso nunca tomé anticonceptivos y ahora, heme aquí, lidiando con la necesidad de tomar el medicamento para controlar la tensión arterial y peor aún, con sus efectos secundarios.

Me siento como si anoche me hubiera ido de juerga pero sin haber tomado una sola gota de alcohol ¡Qué horror! pero en fin.  Es parte de mi legado y tengo que aprender a vivir con ello, a que no se me pase la toma de la medicación para no sentirme más mal.

¡Ay mamá! ¿Cómo no me heredaste tus ojos verdes, tus labios carnosos o tus nalgas?  Condenado Mendel, decreto que tu "Ley de la Herencia" apesta.

P.D. ¡Me encontré esta joya! la intro de la novela citada.  Para recordar aquella época.


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